Friday, October 10, 2008

Los latidos del camino. Gabriel Puyo

Y como el buscador de tesoros que descreyó hace infinitas vidas en aquello que todavía seguía buscando, sintióse...
No era el aroma gastado de unos adioses caducos... ni siquiera la pertinaz constancia de una lluvia traidora por previsible y hermosa por melancólica... Quizás fueran los hálitos de todos cuantos un día habían estado allí... en ese mismo lugar... con los mismos anhelos, o parecidos... con semejantes ensoñaciones o totalmente divergentes... o acaso sintiéndose tan ajenos y extraños en el centro mismo de un mundo que no paraba de girar... para todas las direcciones... hacia todas partes y hacia ninguna...
O a lo mejor era el sabor rancio de un viento que traía consigo vísperas magnánimas o desenlaces fatales... rosas de Esperanza o quimeras ajadas... ecos embriagadores y también marejadas de decadencia...
Quedosé parado... como esperando el desenlace de una historia demorada tantas veces sin razón aparente... aguardando que algo se activara en su interior... como si de apretar un botón se tratase... Esperó... y esperó... pero nadie activó ese mecanismo que él sabía salvador...
En cambio, descifró un suave sonido, cálido y embriagador. Le resultaba familiar ciertamente. Sabía a pasado pero también a presente y a futuro. Era como la caricia traída por los vientos de la nostalgia que te abrazan y consuelan, te ofrecen todo a cambio de nada y te muestran tu reflejo en las aguas de la renuncia... todo a un mismo tiempo...
Un sonido que era sinfonía... o más bien harmonía... entregado por los dioses como recompensa por tantas vidas sin haber sido encontrado...
Y comprendió... todas sus preguntas se convirtieron en respuestas... todas sus dudas volvieronse evidencias... ese sonido era... el latido de su corazón... el maravilloso compás de un ritmo divino... la constatación de la magia de la vida...
¡Sí, estaba vivo! El Universo entero bailaba con él, tendiéndole la mano, ofreciéndole la utopía y por qué no, también la Eternidad.
Estaba vivo y por fin las brumas dejaban paso a un extraordinario sol, a unos Horizontes teñidos de amor y compasión.
Estaba vivo y su corazón latía... latía y latía creando una melodía que, -de eso estaba completamente seguro, ya nunca le iba a abandonar.
Nunca más dejaría de escuchar ese regalo, en la forma de los cantos de un pájaro, de la humildad de la brisa o del haliento de un ocaso...
Estaba de camino, por fin... al fin... el camino que siempre estuvo allí... esperando... susurrando... el camino... el camino... ¿Acaso existe algo más extraordinario? Se preguntó.

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