Supercherías de unos alientos jamás expuestos a la intemperie... Ese rumor, esa perspectiva... esos anhelos repletos de los dulces frutos de tus ensoñaciones...
Por más que lo intentas, los ejércitos de la melancolía arriban y nada, absolutamente nada puede hacerse: es como la llegada del amanecer o la observación de una noche estreallada: tan solo puedes quedarte ahí... extasionado... sublime ante tal exposición de semejante harmonía...
Siquiera el Tiempo se detuviese en este precioso instante... siquiera no hubiese más loción de esa caricia que es el quizás... siquiera los sueños se tornasen realidad... o ¿es que existió la realidad alguna vez?
Cuando el dolor de la aparente pérdida oprime los párpados de la realidad, debes comprender que el camino también sabe a dolor... pero que siempre hay belleza desde la pena... que por más que tercos y ciegos apostemos por no querer seguir contemplando, hay un sinfín de veredas, cada una a un paraíso diferente, que estuvieron allí tan solo para ti...
Son esos sentimientos los que aterciopelan tu Espíritu. Son precisamente ésos los que, -venidos de los más profundo de tu ser-, te fortalecen en el mayor de los desgarrros. Sentimientos intensos como el pinchazo de la aguja sobre la piel... Sentimientos que convierten la cotidaneidad en un desfile de eventos con los que cada instante, sigues creciendo...
Y un día, no muy lejano, todo lo que fuiste, todo lo que serás, todo lo que eres, te será devuelto para con ese bendito bagaje, seguir haciendo de este tránsito, un maravilloso recuerdo...
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