Tuesday, June 24, 2008

ENSAYOS GABRIEL PUYÓ IV. De la Fortuna. De la Esperanza. De la Existencia (2ª parte)

BENDITA FORTUNA.
Bendita Fortuna. Todos la desean, todos la anhelan. ¡Es tan querida! ¡Qué fácil es dejarlo todo en sus manos!
Si la tenemos de nuestra parte, nada puede salir mal. Buena compañera, buena aliada. Es atractiva, coqueta y glamourosa. En cualquier ámbito de la vida es bien recibida. Sin embargo, ¡qué tragedia esconde! Tras su máscara de indeleble belleza , se esconde un mundo de derrota, de mentira, de engañifa.
Y es que el marco de actuación de la Fortuna es muy limitado. Puede afirmarse que tiene muchas más fama que fiabilidad. Sólo cuando su mayor enemiga la virtud no tiene una presencia determinante, es cuando puede desplegar sus efectos.
Cuanta mayor es la virtud, menos poder tiene la Fortuna y viceversa. Por eso, me parece realmente desolador ver cómo cuanta menos virtud se tiene, más se confía en la Fortuna. Se trata de un salto al vacío. Los ejemplos son innumerables: está el caso de los juegos de azar. Todo el mundo ansía salir de sus vidas tristes y apocadas con la compra regular de un billete para la riqueza. Yo pregunto, ¿acaso creéis que el dinero puede pintar de felicidad vuestras existencias? Seguro que alguien argumenta: "Sí, pero siempre le toca a alguien". Razonamiento de Pero Grullo, de perdedores, de quien se obceca en agarrarse a la más burda de las esperanzas, a una sinrazón porque prefiere vivir en la ignorancia que cultivar la virtud.
Viene aquí muy apropiada una frase de Bertrand Russell y dice así: "La mayoría de la gente prefiere morir a pensar. En realidad, así lo hacen". Y es absolutamente cierta: muchísima gente prefiere vivir en la esperanza de una mentira que luchando por mitigar esa eterna ignorancia a la que estamos sometidos.
Permitidme citar otra frase en relación a este tema. Es de Unamuno: "Mientras los ignorantes no reconozcan su ignorancia no habrá solución a los problemas de la vida". Frase desoladora pues implica la imposibilidad de erradicarlos. Si bien es cierto, intentemos reducir sus efectos, de modo que cada día seamos menos ignorantes y vayamos aislando a la Fortuna poco a poco.
Yo, por mi parte, declaro la guerra a la Fortuna. La aborrezco, la detesto. Si estuviese aquí, le retaría a un sangriento duelo. Por cada segundo que dedico a su destrucción, soy menos ignorante. ¡Bendita Fortuna! ¡Qué engañados tienes a los hombres!
Hoy tuve un sueño, un maravilloso sueño. He soñado un mundo en el que los hombres somos menos ignorantes, en el que, aun a sabiendas de la inevitable y sempiterna subyugación de la ignorancia, se ha iniciado una revuelta, una sublevación cuyo fin es instaurar la virtud y aniquilar la Fortuna... De nosotros, de todos nosotros, depende que por una vez, un sueño llegue a hacerse realidad.

DESPERTARES DE ESPERANZA.
Me acuesto, descanso, despierto... me incorporo... un nuevo día... uno más o uno menos. La noche, decadencia... subterfugios, salidas imposibles.
Querría amar la vida, encontrar un sentido, una motivación, un fundamento. Por momentos, estoy convencido de conseguirlo. Mi obnubilación es tal que en esas situaciones, la existencia se me aparece al menos soportable. Sin embargo, son estrellas fugaces... anécdotas en un eterno penar... gotitas de rocío teñidas de Esperanza para inmediatamente, ser extinguidas por la abrasadora canícula del porvenir... del presente... del pasado... de lo posible.
Así, una y otra vez, una y otra vez..
Esperanza, ¡la mayor engañifa de este burdo teatrillo!
Estamos condenados a la mayor de las penas: la de la ignorancia. Dicho esto, sobran las palabras. La condena es ineluctable y sus cadenas perpetuas. En este estado de cosas, nada podemos hacer.
Pero alguien se encarga de producir la obra de teatro, la obra de esperpento, de lo absurdo. Ante nosotros, una representación de posibilidades infinitas, de islas paradisíacas, de exquisitos placeres, de alegrías al alcance de la mano. Se trata de pequeños despertares en los que fundamentamos una motivación para continuar. Despertares de falsa esperanza, de una esperanza cimentada en el aquí y el ahora.
Ocurre que hay un problema: el aquí y el ahora es un cartel que conduce al abismo.
Así, no cabe albergar ninguna esperanza porque no tiene sentido como tal.
Nacemos sin esperanza, porque no hay nada que esperar... no hay nada que conseguir. Si recorremos la senda adecuada, llegaremos al Santuario. Y entonces, no necesitaremos la Esperanza porque nuestra Esperanza es haber elegido la Eternidad, esos valores inmutables, imperecederos.
Quien cree en la Esperanza es que no la merece.
Quien ansía la salvación, ya está perdido.
Quien en medio de la noche, despierta buscando abrazar esperanzas, hace tiempo que no es sino una sombra.
Despertares de Esperanza, conciencias desgarradas.

MÁS SOBRE LA EXISTENCIA.
Desespero... lucho... me exaspero... Miro el amanecer... saboreo el ocaso... Principio y fin... Antes y después... Siempre... El canto de un pajarillo... el aleteo del pez... el remanso de las aguas... Las guerras y la paz... Crueldad e iniquidad... Sabios e infinita ignorancia... Inmediatez y eternidad... Negro sobre blanco... La tormenta y la calma...
Miro el cielo algodonoso. Los rayos del sol luchan por atravesar la cúpula de las nubes. Yo pregunto: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Hay algún motivo o todo es casual, sin sentido? Dudo, me contradigo, desespero en océanos de inquietudes... en desiertos que con dulces ecos me devuelven las mismas preguntas.
Desde que un día el mundo se hizo, las mismas preguntas para no obtener ninguna respuesta. Más bien ninguna respuesta demostrable. ¿Acaso es verdad sólo lo que se puede demostrar? Creo que no, rotundamente no. En realidad, la magnificencia de la verdad consiste precisamente en eso, en no ser necesaria su demostración, de lo palpable que es.
Quizás por ahí es por donde haya que enfocar el tema del sentido de la existencia. Con Unamuno, una cosa sí está clara: es un sentido, en cualquier caso, trágico, pues,¿ hay más tragedia que la de "aparecer" en un sitio sin saber qué hacemos en él, adónde nos dirigimos o quiénes somos? ¿hay una tragedia mayor que la de no dejar de ser jamás unos ignorantes? ¿hay tragedia de mayor magnitud que la de ver cómo nuestros seres más queridos nos abandonan? Sí, definitivamente, se mire como se mire, la existencia es una auténtica tragedia.
Ahora bien, llegados a este punto, hay dos posibilidades: buscar un sentido a esta tragedia o, por el contrario, no hacer nada, pues ninguna solución es posible en un ámbito en el que nada puede ser demostrado a ciencia cierta. Respecto de los que piensan de este último modo, no me voy a ocupar. Respeto su ideario, pero me parece que sus existencias rayan lo esperpéntico apoyados en la quimera de la inmediatez, en el cultivo de la superficialidad, en la razón de la ignorancia.
Quienes, por el contrario, no se conforman con la inmediatez, buscan y buscan, aun a sabiendas de que su lucha por ver, posiblemente, nunca la ganen. En este ámbito, no hay que confundir los términos, pues una derrota para los del grupo de la futilidad, se puede convertir en la mayor de las victorias para el de éste. A quienes necesitan respuestas, sus ideas les duelen sobremanera... Se trata de recorrer un camino nunca visto, jamás por nadie explorado. Se intuyen en él, infinitos peligros, extremas dificultades, callejones sin aparente salida, terrenos yermos, lodazales conducentes a precipicios abisales.
A lo mejor, uno de los secretos de la existencia es que nada es lo que parece. El de que todo y todos estamos cubiertos por una máscara que oculta la verdadera esencia, la auténtica imagen de nuestro ser. Y tal vez, este camino de dolor, de eterna búsqueda de respuestas, de sufrimientos y tragedias, sea sólo aparente, escondiendo en él la verdadera senda, la que conduce a la Eternidad, la que conduce a la Paz.
Ocurre que la desesperación y la angustia suelen a quienes elegimos este camino subyugarnos, encadenarnos. En esos precisos instantes, caemos en delirios de añoranzas, en pensamientos de melancolías como algo perecedero, cuando el desasosiego que sentimos por lo pasado, debe convertirse en incalculable alegría, por ser su recuerdo lo más imperecedero de la vida.
Pero para todo ello, hay que creer, pero no creer sin más, sino creer con fe. Para mí, la fe es mi tabla de salvación, lo que da sentido a mi existencia, a la existencia de los seres queridos y no tan queridos. La existencia pasada por el tamiz de la fe, hace que el rompecabezas comience a tener más sentido. Y lo que sin fe, era un laberinto inexcrutable, comienza a tener cierto sentido. Sentido dentro de dudas y contradicciones. El único sentido válido. Porque cuidaos de la pedantería de quien no duda porque en su aparente seguridad, sólo hallaréis ignorancia.
Es un atardecer del mes de Diciembre, un precioso atardecer. El sol baña el aire y un cielo de un azul eterno presagia un paraíso de quietud y calma. Yo sigo buscando, sigo pensando, sigo agarrándome a asideros de fe y cada día estoy más convencido de que, aunque no logre esas respuestas demostrables, obtendré otras tan asumidas y aceptadas, que podré abrazar la Eternidad sin sombra de miedo o temor.

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