Tuesday, June 24, 2008

ENSAYOS GABRIEL PUYÓ VIII. Del Amor. De la Paciencia.

DEL AMOR.
El amor... ¿qué podemos decir que no se haya dicho ya? Nos encontramos ante un tema que ha inspirado a sabios y eruditos, a locos y cuerdos, a mayores y chicos, a hombres y mujeres. ¿Acaso se puede dar una definición de amor? ¿Es posible identificar el amor? ¿El amor es único o existen distintos tipos?
Creo por mi parte que el concepto amor es unívoco, único, genuino. Que somos los hombres quienes moldeamos esas cuatro letras a nuestro antojo para sentirnos dichosos presumiendo estar en posesión del amor verdadero. Sin embargo, en mi modesta opinión, no caben distinciones. No es posible distinguir entre amor verdadero y amor no verdadero. El amor es uno, y lo demás es otra cosa, otro sentimiento, pero no amor.
El Amor estoy convencido, es la clave para que nuestra existencia llegue a la máxima plenitud. Se trata de amar al prójimo, amarle como a nosotros mismos, estando dispuestos a sacrificarnos por él si fuese necesario. Soy consciente de que es una empresa reservada a unos pocos elegidos pero deberíamos al menos, intentar alcanzar esta extraordinaria meta. El amor es desinterés, es dar sin esperar jamás recibir a cambio- lo otro es puro y duro mercantilismo-, amar es no entender de prejuicios, pensar siempre bien... amar es en fin, caminar con una sonrisa eterna en los labios porque hemos logrado una perfecta armonía con el Universo, con el Todo creado por Dios.
Y lo mejor de todo, lo más maravilloso de la existencia, es que no es una quimera. Es posible ofrecer Amor como lo es recibirlo. Ofrecerlo, depende de nosotros. Recibirlo, evidentemente no. Pero ahí está precisamente lo majestuoso de esta bendita vida: las verdaderas joyas no es posible aprehenderlas, tomarlas. Nos han de ser ofrecidas, sin ninguna condición. He aquí un claro caso de confusión: es muy habitual encontrar a personas que aman, que están convencidas de estar enamoradas. Y como ofrecen tanto, exigen lo mismo. Eso, no es amor. Es simplemente, egoísmo, puro egoísmo. Quien ama, no espera ser correspondido. Simplemente Ama. Simplemente espera. Sin pedir nada a cambio. Sin exigencias ni contratos. Sin normas ni tratados. El que realmente siente Amor, no busca, espera a ser hallado y cuando los hados se ponen de acuerdo, surge la Magia. Y entonces, dos almas gemelas, separadas en el principio de los tiempos por caminos remotos, confluyen. Se unen y sin siquiera tenerse que decir algo, sus corazones, sus espíritus, convergen de tal modo que lo que el Universo quiso unir, de ningún modo los hombres podrán separar.
Evidentemente, para recibir debes ofrecer. Pero si como antes he dicho, condicionamos nuestro espíritu hacia el ofrecimiento de amar al prójimo, nos sentiremos realizados. Caminaremos con una luz inextinguible en nuestro mirar, capaz de iluminar las más tenebrosas brumas, sin hacernos preguntas, sin ansiedad, sin desesperación. Si perseveramos en este modo de conducirnos por la existencia, llegará un momento en que amar, será algo natural en nosotros, automático. Teniendo en cuenta esta máxima, se comprende lo absurdo de la búsqueda en el Amor. No podemos encontrar. Somos hallados. Solo que deberemos estar atentos, porque quizá, la Magia haya aparecido y no nos hayamos dado cuenta, ofuscados en el ofrecer. Como casi siempre, busquemos el justo medio. Ofrezcamos lo mejor de nuestros espíritus pero estando atentos porque en cualquier momento, puede caer una estrella... esa estrella que nos hará Amar con entusiasmo, con emoción. En ese precioso instante, Amor será pasión, obsesión, no poder vivir sin él/ella. Amor será lo que siempre ha sido: un arrebato, cantar y bailar hasta la Eternidad, felicidad hasta delirar, perderse en las vastas regiones de la locura.
Lo demás, desde mi punto de vista, no es Amor. Lo otro es cariño, compasión, simpatía, o algún otro sentimiento. En cualquier caso, una pérdida de tiempo porque mientras estamos con quien no es posible el Amor, dejamos de estar con quien posiblemente siempre debimos permanecer. En última instancia, depende de cada uno de vosotros. Mentir a los demás es fácil pero, ¿y a vosotros mismos?

DE LA PACIENCIA.
Prisas, premura, inmediatez... ahora o nunca, ya o ahora... el tiempo se acaba, la oportunidad pasa, el tren llega y has de cogerlo. El horizonte se tiñe de sangre... los cielos amenazan estallar en un millón de pedazos. ¡Ya!, ¡adelante!, ¡no perdamos el Tiempo!
Mientras, un rictus de voracidad anega nuestros rostros. Algo en nuestro interior nos empuja hacia adelante... sin pensar... sin meditar... sin querer escuchar ese suave susurro que desde siempre acaricia nuestros sentidos... ese susurro que baña nuestra alma, dejándole fragancias eternas... fragancias que, de ser apreciadas, nos convertirían en brisa, en estrellas, en polen, en savia... en exquisito rocío para albergar en nosotros dádivas divinas, ofrendas exquisitas...
Pero no queremos ver, ni contemplar, ni escuchar ni, mucho menos, meditar. ¡Hemos de seguir la rueda!, ¡Hemos de permanecer en el sistema!, ¡Hemos de seguir la corriente! Todos y nosotros. Nosotros en el todos, pues en este reino, están todos los que son... y nosotros somos... y nos debemos al Todos: ¡hagamos cualquier cosa por ser parte del Todos! De lo contrario, quedaremos arrumbados... en un silencioso rincón... rodeados de tinieblas, de olvido, en el que una inscripción ubicua, nos recordará quiénes somos: perdedores.
Si somos disciplinados y fieles, después de muchos esfuerzos, tras muchas luchas... habremos alcanzado los cánones, seremos parte de lo importante. Y quizá, si nos hemos aplicado... si hemos actuado con la suficiente prontitud, una amalgama de cumplidos, de parafernalias adornará nuestra existencia. En ese momento, todo lo que hemos esperado, todas nuestras fuerzas utilizadas, habrán servido para algo. El Ya, la más exigente de las inmediateces, el carácter más perentorio que alguien pueda siquiera imaginar, nos habrán llevado a ser homenajeados. ¡Sí!, después de tanto penar, de tantas noches insomnes, de tanta preocupación, recibiremos una tarjeta de invitación a nuestro particular y genuino homenaje. Entonces, sensaciones inefables inundarán nuestro ser. Lo más parecido a eso que los hombres llaman Felicidad, será sentido en lo más profundo de nuestros corazones.
Y, presagiando que por fin vamos a conseguir aquello para lo que tantas energías hemos gastado, nos vestiremos con nuestras mejores galas. Nos acicalaremos como jamás lo hemos hecho. Es la ocasión de las ocasiones. Es el momento para el que hemos nacido: el reconocimiento a nuestra labor en el mundo.
Un teatro, el Teatro Yóbates, es el lugar. Una hora, la medianoche, es el Tiempo. Nosotros, preparados. Todo dispuesto. Un carruaje -¡qué menos para la ocasión-, nos llevará en tiempo y hora señalados. Todo perfecto. El trayecto corto... saboreando antes de recibidos, nuestros inmediatos agasajos. Detenemos el tílburi. El acontecimiento supera todo lo esperado: cientos de personas nos reverencian, nos dedican miradas de respeto. Un gran silencio como símbolo de nuestro reconocimiento, tan merecidamente ganado tras tanta lucha, tras tanto esfuerzo.
El teatro es sencillamente, majestuoso. Adornadas sus paredes y techos con formidables sedas que sirven de alfombras a suntuosas lámparas y cuadros exquisitos. Somos llevados en volandas al escenario y nos dejan sin decir una palabra frente a un atril. Es el momento. Unas cuantas palabras para decorar esta jornada imperecedera en el recuerdo de los hombres como una nueva llegada al Todos.
Miramos a quienes nos observan. ¡Qué justa es la vida! ¡Al fin, todo es reconocido! Nos disponemos a decir unas palabras. Las luces se apagan. Nuestro auditorio queda sumido en la oscuridad. Es el momento: iniciamos nuestro discurso: "Much... ". El silencio se quiebra. Una risa, sardónica, eufórica, irreverente, estalla. Con ella, más, unas cuantas más... y más... todo el mundo ríe, el desternillamiento es general y atroz. Y ahora nos señalan... ¡con el dedo! ¿Qué está sucediendo? ¿Qué broma macabra es ésta?
¡Ay! ¡Pobre iluso! Apostaste por la senda equivocada. Luchaste por sombras, por fantasmas, por brumas mezquinas y grotescas. Creíste cultivar tesoros y tan solo has obtenido oropeles. Creíste que el Todos y el ahora eran el Santuario. Humillado y vejado, abandonas el Teatro perseguido por músicas de tragedia. Tambores con sabor a crueldad vaticinan futuros severos.
En algún lugar del Paraíso, los dioses vuelven a llorar. En la Tierra, sus lágrimas son lluvias copiosas con sabor a derrota y compasión por una nueva alma que no supo esperar, que no cultivó la inquietud, que se dejó llevar por el reino del Tiempo. ¡Pobres dioses que por la pusilanimidad de los hombres tanto sufrís!
Reinos del ya, súbditos condenados. Tierras de Paciencia, cultivos de Sabiduría.

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