Tuesday, June 24, 2008

ENSAYOS GABRIEL PUYÓ V. De la Navidad. Año Nuevo, Vida Nueva. De la Búsqueda.

DE LA NAVIDAD.
Es Navidad. Las calles ostentosamente decoradas. Música y jolgorio por todas partes. Los supermercados llenos de gente a rebosar. Todo parece perfecto. Los mejores deseos para todo el mundo. En este época nadie es malo y todos nos imponemos el ser cada día un poco mejor.
Navidad. Feliz Navidad. Saludamos incluso a quienes, de ordinario, nunca lo hacemos. Nos conmovemos por situaciones que nos hubiesen producido la mayor de las indiferencias. Nos volvemos más hogareños, el sentido de la amistad y de la camaradería se multiplican por infinito. No hay sino buenos sentimientos, mejores deseos y todo o casi todo es perfecto.
Y es que el espíritu navideño lo impregna todo con su rocío. El espíritu navideño nos cambia y transforma, nos precipita al lado bueno y honesto de nuestros corazones. Es como un halo de magia inyectado a toda la humanidad... una magia que por unos días cambia las existencias de las personas.
Sin embargo, la pregunta clave es: ¿Y después qué? La respuesta es sencilla. Después, todo igual que antes. Los mismos comportamientos, las mismas mentiras y vulgaridades. Los mismos odios y rencores, el mismo hastío y desesperación.
Desde aquí declaro que no existe el espíritu navideño. Que no creo en él, porque para la realización de buenas acciones, de comportamientos honestos, no hay que buscar excusas, y menos excusa tan peregrina como es la de la Navidad. Es como esas personas que van todos los domingos a misa, y con el mero hecho de acudir, se sienten perdonados para, una vez de nuevo en la cotidaneidad, volver a ser el mismo: celoso, ruin, envidioso, hipócrita...
Hay que ser honesto, sencillo, de corazón noble, buena persona... siempre y en cualquier situación. Eso de serlo o intentarlo ser en unas épocas y en otras no, es absolutamente patético.
Luego está toda la parafernalia del comercio. ¿Qué espíritu navideño puede haber si no hay sino un claro y rotundo plan de marketing? Una vez más, se aprovechan de la situación para obtener beneficios. Todo es consumo, todo es gasto a espuertas, todo es lo de siempre: mentira y falsedad. El eterno deseo de lucro que anima al ser humano. El absoluto anhelo de crecimiento mercantilista.
Mientras, a un tiempo, otros se están muriendo de hambre, no tienen dónde dormir y como regalo de Navidad van a recibir la visita de la Muerte. En estos otros ambientes, no hay espléndidas luces, nadie luce sus mejores galas porque simplemente, no las hay. Allí reina la oscuridad y la tristeza, el hambre y la miseria. ¿Qué nos ocurre? ¿Es que nadie se acuerda de ello? Si la respuesta fuese afirmativa, y en nuestros corazones ello estuviese arraigado, dolorosamente arraigado, ¿podríamos celebrar algo? Yo creo que no.
No creo en la Navidad. No creo en el espíritu navideño. Creo que Dios no querría que su nacimiento se convirtiese en lo que los hombres lo hemos convertido. Él nos dio un paraíso que nosotros estamos convirtiendo en un lodazal de guerras, hambre, envidias y falsedades.
Mi vida sólo tiene un objetivo. La eterna búsqueda de espíritus. Pero para saber descifrarlos, para poder quitar las máscaras, las caretas, debo encontrarme a mí mismo, debo indagar en mi alma, y sólo cuando pueda tener una noción de quién soy, de qué quiero, podré iniciar la búsqueda de espíritus.
Soy consciente de que, quizás pase mi existencia y no logre encontrarme, no logre conocerme, pero lo que nunca dejaré de hacer es intentarlo, pertinaz e incansablemente, día tras día y minuto a minuto.
Del bagaje obtenido en mi eterna búsqueda de mí mismo y de la humanidad, he logrado algunas conclusiones, posiblemente equivocadas... y una de ellas, es la relativa a la bendita Navidad y dice así: no me gusta la Navidad porque es mentira, porque el mundo se aprovecha para con un gesto noble al año, lavar las conciencias. Navidad es falsedad, Navidad es la excusa perfecta para los que no abrigan sino sombras en sus corazones. Navidad es, en fin, la mayor de las engañifas.
Sólo me queda, en medio de mi dolorosa búsqueda, desearos ¡Feliz Falsedad!

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA.
Año nuevo, vida nueva. Con cada primero de Enero, una constelación de ilusiones y esperanzas nos abriga. No queda sino desear y desearnos lo mejor. Nuestra mente es expectativa. Expectativa por ir descubriendo día tras día lo que nuestro bendito y genuino Destino nos tiene preparado. No podemos evitar el imaginar un porvenir al menos, mejor que el anterior. No podemos sino imaginar un paisaje todo él, decorado de un verde extraordinario.
Imaginaciones, expectativas, sueños e ilusiones... bonitas palabras con las que se nos llena la boca. Nos aferramos a ellas de un modo tan desesperado que es como si con tan solo su pronunciación, un encantamiento convirtiese nuestras vidas en maravillosas. Nada más alejado de la realidad. Todo seguirá igual o peor. Nada cambiará a mejor. Las grandes e importantes cuestiones no van a variar: ni el hambre desaparecerá, ni las guerras, ni el rencor, la envidia o la ignorancia.
Esos otros cambios, los de los anónimos y simples individuos, no tienen la menor importancia porque, ¿qué absurdidad es valorar desde la individualidad cuando la humanidad entera camina hacia la mayor de las barbaries? Dios nos regaló un paraíso y los hombres lo hemos convertido en una miasma. ¡Qué egoísmo es desearnos lo mejor cuando la Humanidad es cada vez más injusta, más egoísta, más ignorante!
¿Qué hacer entonces? ¿Qué soluciones proponer? ¿Acaso debemos bajar los brazos y resignarnos? ¡Jamás! Si bien no podemos ni podremos nunca cambiar el mundo, sí podemos cambiarnos a nosotros, cada uno a sí mismo. Es desde esa bendita individualidad, (¡bendita contradicción!), cargada de una exigibilidad moral adecuada, desde la que podremos caminar con la cabeza alta y descansar cada jornada con la conciencia acariciando nuestros sueños, porque entonces, sí serán merecidos.
Pero, para ello, para ser merecedores de la dicha, debemos cultivarnos, continua y pertinazmente. Alejarnos de la inmediatez, de lo perentorio, de lo superficial. Debemos orientar nuestras almas hacia la búsqueda y conocimiento de nosotros mismos. Debemos aprender a querer conocernos, debemos aprender a querer ser buenas personas, porque sólo de este modo, no sólo un año será bueno, sino toda la Eternidad.
Es por todo ello, por lo que nunca celebro el Año Nuevo, ni realizo ceremonias previas que no son sino parafernalias accesorias. El verdadero sentir, la más honesta de las actitudes, no necesita de ostentación. Y es que el camino de la honestidad, el camino hacia nosotros mismos y hacia la Paz, es silencioso y lo que es más importante, constante.
Como un buen amigo me dijo en una ocasión: "Paciencia, constancia y amor propio". ¡Que vuestros buenos deseos, no se hayan quedado sólo en eso! ¡Adelante!


BÚSQUEDAS.
"Fácil es buscar, fácil es no encontrar", reza la canción. La búsqueda nos encadena. No hace sino obcecarnos, ensimismarnos en un horizonte ficticio... en una lejanía jamás alcanzable, en un decorado de tonos majestuosos pero de paisaje desolador.
No sabemos... no conocemos... Estamos sin ser... pululamos entre montañas inaccesibles y espejismos de terciopelo.
Entre las cadenas de la ignorancia buscamos... Y buscar significa una derrota sempiterna... como el esperar con la mirada ávida en lo exterior. Quien de este modo espera, desesperará... quien busca, jamás hallará.
La búsqueda nos limita... transforma en sombra nuestras vidas. La búsqueda extiende un lazo negro que entenebrece nuestro espíritu.
En la búsqueda, anhelamos luz y encontramos oscuridad. En la búsqueda, la angustia devora la savia de la Esperanza... minándola poco a poco. Mientras, el Tiempo va tomando forma, asumiendo protagonismo y cuando la constelación rompe el hechizo, ya es demasiado tarde. En realidad, siempre lo fue.
Es por ello que lo que verdaderamente merece la pena, no se busca sino que se encuentra. O mejor, nos es encontrado. Erramos obsesionados por hallazgos que no dependen de nosotros. Cabalgamos eternidades... viejos y hambrientos entre tormentas de polvo. Polvo de ignorancias que se introducen en nuestro espíritu... apelmazándolo... insensibilizándolo. Al final de la búsqueda, se culmina el desastre. Nuestras sedientas alforjas siguen vacías y ahora sabemos, por fin, que seguirán por siempre así, hueras. Habremos llegado al ocaso de los ocasos y el círculo estará a punto de cerrarse definitivamente.
Una sonrisa, fugaz pero esplendorosa, arrugará nuestras facciones iluminando nuestros marchitos corazones. Será el momento en que ese alguien que siempre existe pero que casi nunca se encuentra, salga a nuestro paso. Será el momento en que desde su isla oirá nuestros gritos, entenderá los gestos... y la magia extenderá un embrujo tal que un amanecer flamígero nos revelará que el Encuentro se ha producido.
Será el momento en que llegaremos al Santuario, el momento en que tras tanta máscara, tanta iniquidad, tanto mirar sin ver, el espejo nos devolverá nuestra verdadera imagen... atrozmente deteriorada por fuera, pero incólume por dentro... eternamente incólume.

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