Thursday, September 6, 2018

Notas de la vida de un pastor de Jorge Puyó Navarro. Frases XI

-¡Cómo nos deleita, sí, la fisonomía admirable de estas praderas verdigualdas, manchadas frecuentemente con anchos parches de lirios en plena floración! ¡Y los extensos bosques de pinos, hayas y abetos que dejamos allá abajoen el corazón de Zuriza!
Si muchos hombres pudieran alcanzar estas alturas para disfrutarlas a su manera, y quiero referirme a los cultos, a los eruditos, llegarían en poco tiempo a ser sabios, o grandes pensadores. Esto pueden dar de sí nuestros valles y montañas, todo belleza, salud, paz, ignoradas  por la inmensa mayoría de la población humana.
-Y volviendo a nuestro oficio, diremos que mi cronómetro marca determinada hora y las ovejas van despertando de su largo sueño. Y yo, que de ello me percato, dirijo mis pasos al sesteadero, por si alguna quedó dormida, y al apreciar que no y saber que nuevamente van a comer a carrillo lleno, sonrío satisfecho al recordar las necesidades y miserias del invierno.
-El mes de octubre, que parece que no vale ni significa nada por lo que tiene de humilde, oscuro y tristón, es, frente a eso, uno de los más importantes del calendario. Sí, posiblemente el que más importancia de todos encierra, porque abre con toda su generosidad a la producción española tres anchurosas puertas de par en par: una, a la agricultura; otra, a la ganadería, y la tercera a la intelectualidad.
-Pero el hombre, con los pies o con la cabeza, ha venido al mundo para franquearlo, porque la vida fácil, dígase lo que se diga, no tiene importancia.
-Se trata de una mañana serena y quieta de fines de junio, cuando nos dirigimos al puerto con el ganado que hemos de ordeñar. El silencio es absoluto. No se ve apenas un solo ser humano. Valles, más valles, angostos desfiladeros, praderas que no se acaban, selvas enormes a diestra y siniestra, grandes recodos creados por Dios exclusivamente  para trovadores, cantos de los pájaros selváticos de permanencia eventual, el agudo silbido del águila real, dueña aérea de estos parajes, etcétera; eso es lo que nos ofrece la Naturaleza el Valle de Zuriza, en un día de finales de junio.
-Una mañana de fresco rocío, terminado el primer ordeño, a eso de las seis y media, me voy con el ganado y en la marcha ascendente pronto empiezo a observar y también a gozar, haciendo consideraciones respecto de lo que queda atrás. Son los valles enmudecidos, pero alegres; ricos en salud y también en materia forestal. Naturaleza sabia, pura y sana que tanta cosa buena ofrece a la humanidad.
-Nosotros no hablaremos de fútbol, ni de toros, de teatro ni de política; en eso nos llevan ventaja los ciudadanos cosmopolitas, porque nuestra vida es totalmente distinta; ahora que, tampoco diremos nada de las consecuencias que llevan consigo ese ambiente nocivo y aire gastado que crean las grandes tertulias de los cafés. Pero de eso, de Naturaleza, sí que les podemos hablar, aunque con deficiente expresión, a los grandes discutidores de esos deportes, a los críticos de toros, teatros, etcétera.
-Una ventaja, eso sí, la de ser pastor, aprecio en nosotros respecto de los que hacen vida urbana. Y es que en nuestra clase hay menos averiados de pecho, corazón, vicio social, etc., que en la otra.
-En cuanto a lo físico, posiblemente seremos los pastores los únicos que tenemos permiso de Dios para ofrecer salud al resto de la humanidad.
-Mientras hago estas consideraciones semifilosóficas desde estas alturas de Plana de Diego, que remontan los dos mil metros de altura, domino gustoso y complacido las cuatro principales partes del Valle de Zuriza, excelentes perspectivas que son: Zuriza-Cuartel; Las Eras-Contienda, con su gran recodo y exquisito fresar; Plano La Casa, con su fuente de Los Clérigos; el Estrecho de Lina, con su gran horizonte, que nos puede conducir a Francia. Para ver, pues, y poder hablar de Zuriza, se necesita tres o cuatro días, uno por cada zona reseñada.

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